Colisión

Ayer tuve miedo. En la Recta, a la hora de rebasar por el carril izquierda, la camioneta detrás de mi y yo tuvimos la misma idea al mismo tiempo en muy poco lugar, lo que provocó que [casi] colisionaramos. En verdad, su defensa dio con la parte izquierda trasera de mi carro, lo que me sacó de balance por unos segundos. Giré el volante un par de veces, y de pronto recordé esa anécdota de Guajolote, con lo que mantuve el rumbo hacia el frente. Durante esos escasos segundos, hubo que pensar rápido, tan rápido como el instinto lo permite. Me rebasó la camioneta y me mentó la madre, mientras en mis adentros seguía comprendiendo qué pasaba. Saliendo de la Recta, me detuve a ver el daño. Quedó una marca negra junto a la parte que cubre la llanta.

Desde ese momento, sentí los frenos menos confiables, el volante menos firme y el acelerador más encabronadamente sensible. Pero llegué sano y salvo, y sin ningún otro incidente. Cuando estaba a escasos cinco minutos de mi hogar, en una subida que diariamente tomo, vi un par de autos chocados. Miedo, diría Becks. Llegué desconcertado a la pensión donde se queda el carro por las noches. Junto hay una iglesia. No se me ocurrió nada mejor que estacionarme fuera y agradecer que no pasó nada. Llegué y hable con mi mamá, y me dijo [como ya antes me había comentado] que si no quería el auto, lo podiamos vender. Lo pensé unos momentos, recapitulando espejos e infracción. Pero decido continuar. Que si tengo [tuve] miedo, no lo niego. Pero así es la vida, como un viaje donde colisionan voluntades, levantan infracciones, duras y veloces calles con baches y topes. Peligro, latente peligro.

Afortunadamente, la elección del camino sigue siendo cosa del conductor.